Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena
De Quito; vos sois la hija del Dios de la vida,
Aquella santa mujer que servir quiso,
A aquél que todo lo ve,
Desde los claustros santos;
Pero Él,en su infinita sabiduría,
Teneros en el mundo quiso,
Para que desde allí,
Pudierais con vuestra tarea cumplir,
Hasta la entrega total de la propia vida;
Porque bien sabíais vos,
Que deberíais negaros a sí misma,
Para crecer en los demás,
Ya que allí el secreto reposa,
Del amor verdadero.
Y como que lo hicisteis,
Hasta el final de vuestros días;
Y cada vez que rezabais el Rosario santo,
Os colocabais corona de espinas
Y los brazos vuestros, los abríais en cruz.
Un día vos dijisteis, cuando temblaba la tierra,
Que no erais necesaria para seguir con vida,
Y la acrecíais a cambio de la del sacerdote,
Porque aquél, salvaría más almas que vos;
Oh, Santa Mariana de Jesús, Azucena de Quito,
Alma fecunda del Dios vivo.
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